Se trata de una cuestión de equilibrio: si tú me quieres, me contemplas, me consientes y me perdonas también tengo que tenerlo a él, que me saca de mis casillas, me recuerda lo imbécil que soy y está siempre esperando a que caiga para alzarse sobre mí. Del mismo modo en que pertenezco a quien me ama también quien me odia se lleva una parte de mí. Es así: amor y odio, el yin y el yang.
Supongo que es más que evidente que yo ya tengo a ese rival, y sentir su antipatía cada vez que nos miramos es una de las razones que me impulsan a autosuperarme y fortalecerme día a día mientras veo como él se va haciendo cada vez más pequeño e insignificante. Sí, yo también te "quiero".
Para terminar con esta entrada quisiera poner una frase de Henry Wadsworth Longfellow, poeta estadounidense del siglo XIX, con la que estoy totalmente de acuerdo:
...Y sobretodo si no dejas que te domine y lo usas a tu favor.